SAN FERMIN:
LA TORTURA DISFRAZADA DE FIESTA


Cuando en la mañana del 6 de julio, el "chupinazo" (el cohete que marca el inicio de las fiestas populares de la ciudad) se elevó al cielo pamplonés, comenzó un año más -los puristas de esta tradición dicen que se remonta a 1591- la que probablemente es la fiesta española más conocida en el mundo, motivo de orgullo para unos, de vergüenza para otros.
Aunque los encierros de toros, donde la gente corre por la calle delante de los animales, se celebran desde hace siglos en otros lugares de España, los de Pamplona encandilan a turistas como ningún otro.
Especialmente en los últimos años, jóvenes de Estados Unidos, Australia o Francia, ávidos de una exótica mezcla de toros, riesgo y alcohol, inundan la ciudad con los colores rojo y blanco de la vestimenta tradicional.
Con un recorrido de apenas 900 metros, pocas carreras pueden despertar tanta polémica como ésta. En Pamplona, al norte de España, los encierros de toros que cada mañana de su semana de fiestas tienen lugar en las estrechas calles adoquinadas del centro histórico atraen a miles de personas, pero también provocan la ira de los defensores de los animales, que ven en esta tradición una crueldad injustificable.
El Ayuntamiento de la ciudad prohíbe "agarrar, hostigar o maltratar a las reses" durante los encierros, que el consistorio califica de "liturgia" en la promoción turística de la feria.
La tradición también cambia. Las típicas "cuadrillas" de pamplonenes que vivían la fiesta empiezan a convertirse en especie en extinción ante la continua masificación de la fiesta, con miles de visitantes regados por litros de sangría y vino.
Los aficionados y seguidores pamplonenes se ocupan de mantener viva cada año esta fiesta, destacando su valor histórico frente a quienes dicen que las celebraciones se basan en un espectáculo cruel.
Las protestas son absolutamente minoritarias y protagonizadas por gente de fuera de Navarra y de España. No se interesan por conocer la cultura de la ciudad. No tienen interés en conciliar las dos posturas y utilizan estereotipos llamándonos asesinos o torturadores.
Desde hace años los críticos a los encierros se manifiestan simulando ser toros.
Un día antes de la inauguración de la semana grande pamplonesa, otro encierro, esta vez de "toros muertos" tiene lugar desde hace ocho años frente a los ojos ya acostumbrados de los transeúntes locales.
Decenas de personas, semidesnudas, cubiertas por pintura roja que simula ser sangre y con banderillas adheridas a la espalda, se tumban sobre las aceras de la ciudad para denunciar una tradición "cruel".
Solamente por el miedo que sienten (los toros) al correr perseguidos, ya que a veces les pegan con palos o periódicos, ya de por sí es un sufrimiento psicológico. A veces se rompen las patas o los cuernos en las curvas
Los activistas reconocen que es difícil concienciar a los miles de seguidores que cada año acuden a los encierros y a las corridas. Esta concurrencia contrasta con las estadísticas de la organización contra el maltrato de los animales PETA, que sostiene que un 72% de los españoles no siente ningún interés por estos eventos.
¿Pagarían los animales por ver como se castiga a los humanos?.

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