
Mi Papá decía "Más vale perder un segundo en la vida que no la vida en un segundo".
¿Será que me tomé muy a pecho esa sentencia y por eso vivo a destiempo?
¿Podríamos detenernos a pensar y parar el tiempo?.
Ese tiempo que nos rige, alegra, somete, frustra, condiciona y domina.
Todos comenzamos a una hora determinada, la vida o nuestros días.
Nos ilusionamos esperando un momento, una hora señalada.
Vamos y venimos para cumplir con todos los compromisos de la jornada.
Nos organizamos las tareas con agendas que quedan chicas y nunca alcanzan.
Hay demasiados vencimientos y poco tiempo para los afectos.
Te frustra ver todo lo que pensante ayer para hoy y lo que dejaste para mañana.
Y terminas con la sensación de haber hecho poco, o nada.
Competimos con el tiempo.
Y como buena competencia pasamos todo el día corriendo.
Pero siempre, a la corta o a la larga, el tiempo nos gana.
A veces se apiada, nos regala un empate y somos felices por haber llegado a tiempo.
Pero también a veces por más que tomes todas las precauciones el tiempo se ensaña.
Ahora, ¿porque será que para las cosas importantes siempre hay tiempo?.
Para darle un beso a una madre.
Para jugar o hablar con un hijo.
Para amar y dejarse amar.
Para decir "Cuenten conmigo", "Te amo", "Gracias", "Perdón", "Te extraño".
¿No será que el secreto está más que cumplir con el tiempo en darse cuenta en cumplir con nuestro rol a tiempo?.
Ese es el verdadero tiempo, el tiempo del no tiempo, el que cuesta definir, el que parece improductivo pero no lo es, el que está siempre detrás de nuestras distracciones, el que por ahí se siente pero no se vé.
El verdadero tiempo es tan grande que no se puede medir, ni llevar en una muñeca.
En el verdadero tiempo, para las cosas importantes nunca es tarde.
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