
El 1º de Agosto de 1972, John Todd Collins, entonces Gran Druida del Consejo Iluminado de los 13, recibió a través de la Embajada de Inglaterra, unas cartas selladas, escritas por Guy Rothschild, que contenían la siguiente información:
“Hemos encontrado a una persona quien creemos que es el hijo de Lucifer.
Creemos que con sus poderes y nuestro dinero, podemos por fin llevar a cabo nuestros planes.”
Esa misma noche se producía el apagón neoyorquino por parte de Philip von Rothschild. Fuentes consultadas afirman que estos hechos se han sabido gracias a la posterior conversión al cristianismo de Todd, lo que motivó que facilitase esta información secreta. De otro modo, el hermetismo de la organización hubiese hecho imposible su conocimiento y divulgación.
“Quien tenga ojos que vea y quien tenga oídos que escuche.”
Esta sentencia del Nuevo Testamento remite a la obligación que todo ser humano tiene de tomar conciencia de cuanto le rodea, sacudiéndose la molicies que lastra el mero y pasivo espectador irreflexivo, sujeto paciente de los verbos que otros conjugan.
“No cuestiono el papel de la democracia.
Lo que sí cuestiono es la caricatura de democracia en que vivimos, con un poder político sumiso al poder económico o
simplemente su cómplice, mientras el ciudadano cumple resignadamente su papel de elector . . . ¿Para qué engañarse? Vivimos en una democracia secuestrada por el poder económico.” (José Saramago).
La comprensión del lenguaje de los símbolos - como la de cualquier otro código de comunicación - requiere, al menos, un cierto conocimiento iniciático de las claves perdidas u ocultas que sólo unos pocos llegan a dominar. El primer paso fundamental para acceder a dicha comprensión, es liberar la mente de la carga de prejuicios culturales acumulados a través de la educación impuesta. Este es el caso de la relatividad de los conceptos del Bien y del Mal, como referentes cargados de contenido teológico y, por ello, esgrimidos en todas las confrontaciones de la historia de la Humanidad, en la que los bandos en conflicto siempre enarbolan la bandera de la posesión del Bien, lo que utilizan como justificación de su lucha frente al otro colectivo que, también siempre, se dice representa el Mal. Ejemplos recientes, muy ilustrativos y relacionados con el tema aquí tratado, los constituyen los discursos recurrentes, difundidos en los medios de comunicación, de los dos presidentes Bush, padre e hijo, al apelar a la protección de Dios para imponer su “Nuevo Orden Mundial” (casualmente el mismo lema del dorso del dólar), contra líderes como Ben Laden o Saddan Hussein que también se revisten de teología a su favor para respaldar sus actitudes y decisiones. El derrocado dictador iraquí empleó reiteradamente, en sus mensajes televisados durante la Guerra del Golfo, los términos “Satán” y “fuerzas satánicas” para referirse respectivamente al presidente de los EE.UU., George Bush padre, y al ejército de los aliados que derrotó a sus tropas y le hizo abandonar el invadido emirato kuwaití. ¿Lo utilizaba como mero eufemismo propagandístico o estaba convencido de lo que decía? Sea como fuere, hay que fijar la atención en el hecho de que la insignia diseñada por Adam Weishaupt para la Orden de los Iluminados, fue adoptada por el Congreso de los EE.UU. en junio de 1782, a propuesta de John Adams y Thomas Jefferson, miembros ambos de la “Secta Benjamín Franklin”. Desde 1933, aparece impreso y se difunde oficialmente en el reverso de los billetes norteamericanos de un dólar, por orden del presidente Franklin Delano Rootsevelt.
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