EL CODIGO INFINITO


Rips había escrito en el cuaderno la siguiente fórmula: S, P(S),P(P(S)) = P2(s)..., PK(S). Aunque se me escapaban los detalles matemáticos, entendí lo que quería demostrarme: de una base de datos limitada pueden extraerse incontables combinaciones y permutaciones.
«Diez o veinte billones como mínimo. Para hacernos una idea: si empezamos a contar desde uno -explicó Rips-sin parar, noche y día, tardaríamos cien años en llegar a tres billones.»
En otras palabras, el código secreto de la Biblia contiene más información de la que podríamos dedicarnos a contar, no ya a encontrar en el texto, a lo largo de varias vidas. Sin tomar en cuenta cada uno de los «crucigramas» que genera la intersección de dos, tres o diez palabras distintas. Rips piensa que la información codificada es incalculable y, probablemente, infinita. Y eso que sólo estamos hablando del nivel inicial y menos complejo del código de la Biblia.
Siempre hemos tenido a la Biblia por un libro. Ahora sabemos que bajo esa forma se esconden otras. Por ejempío, la de programa informático. Y no porque Rips haya introducido su contenido en un ordenador sino porque su autor original lo diseño para que fuera interactivo y cambiante.
Podemos considerar el código de la Biblia como una serie de revelaciones temporizadas, es decir, sólo descifrables mediante la tecnología de la época a que aluden las predicciones. Quizá se trate de una forma de información inimaginable para nosotros, del mismo modo que la informática habría resultado inconcebible para los nómadas que hace tres mil años poblaban el desierto.
«Seguramente consta de varios niveles más de profundidad -aventura Rips-, pero por el momento carecemos de un modelo matemático lo bastante potente como para acceder a ellos. Sin duda ha de parecerse más a un holograma que a un crucigrama. Estamos hurgando en matrices bidimensionales y probablemente deberíamos buscar en tres dimensiones como mínimo, sólo que ignoramos cómo hacerlo.»
Nadie puede explicar, por otra parte, cómo fue creado el código. Todos los científicos, matemáticos y físicos que han aceptado su existencia coinciden en señalar que ni los más veloces ordenadores de que disponemos -incluidos todos los Crays de la gran sala central del Pentágono, las unidades principales de la IBM y todos los ordenadores del mundo trabajando juntos-podrían obtener un texto como el que fue codificado hace tres mil años.
«Me resulta imposible imaginar -dice Rips-cómo o quién pudo hacer algo así. Estamos ante una mente que supera nuestra imaginación.»
El programa de ordenador gracias al cual hemos podido acceder al código no será, sin duda, la última forma que adopte la Biblia. Es probable que su próxima encarnación ya exista y esté esperando a que inventemos la máquina capaz de descubrirla.
«Es más -advierte Rips-, me temo que ni siquiera lograremos acabar de descodificar toda la información a la que tenemos acceso. Incluso a este primer nivel, la infor­mación parece infinita.»
(Fragmento de El Código Secreto de la Biblia)

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